Reflexión sobre la rutina religiosa
La rutina religiosa
Artículos Religiosos Brabander queremos dedicar esta entrada a una reflexión de Santos Benetti, en su obra "Caminando por el desierto", sobre la que nos ha llamado la atención un buen amigo y cliente nuestro. Nos alegra compartir con todos vosotros este tipo de escritos porque invitan a la pensamiento profundo.
Los comentarios tratan sobre lo que podemos encontrar en Lucas 17, 11-19 que os reproducimos para situaros:
"11 Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. 12 Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia 13 y empezaron a gritarle: ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!. 14 Al verlos, Jesús les dijo: Vayan a presentarse a los sacerdotes. Y en el camino quedaron purificados.
15 Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta 16 y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. 17 Jesús le dijo entonces: ¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? 18¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?. 19 Y agregó: Levántate y vete, tu fe te ha salvado"
La reflexión extraída del libro es la siguiente.
"Lo que nos llama la atención en el relato -y que el mismo Jesús señala- es lo contradictorio de la conclusión: los que más cerca están de Dios, de la Biblia y de las sagradas tradiciones son los más ciegos a la hora de ver lo nuevo del mensaje de Dios y los más reacios a llegar a un verdadero cambio de vida. Su fe fácil se ha transformado en un auténtico acostumbramiento o rutina religiosa bajo la cual muere el espíritu, muere la búsqueda y cesa todo crecimiento. La cercanía constante de lo sagrado -como se decía antaño de los sacristanes- termina por hacerlos sentirse dueños de lo sagrado, manoseando y prostituyendo lo religioso, de tal forma que termina por perder todo sentido o sabor.
Detrás de las formas y fachadas religiosas se va produciendo aquel vacío que esteriliza la vida y que transforma a las comunidades en sombras del pasado o restos puramente folclóricos.
Al cabo del tiempo todo pierde sabor y sentido: los sacramentos -sobre los cuales se estudian hasta los más ínfimos detalles- se reciben como aquellos leprosos recibieron la curación: como un puro trámite social, como un simple lavado externo. Pero internamente nada ha cambiado. No hay en ellos esa fe que salva, esa fe difícil que es rendirse ante Dios para seguir su camino, el nuevo camino de Jesucristo.
El acto de comulgar no es más que un recibir la hostia con la idea de que algún extraño poder sagrado obrará un efecto especial llamado gracia. Pero, minutos después o quizá segundos, todo sigue su eterna rutina. Termina la misa y termina todo...
Aunque parezca contradictorio, la rutina y la superficialidad se enseñorean de los que más se ufanan de su vida religiosa o cristiana: sacerdotes, obispos, cardenales, religiosos, laicos piadosos, etc., difícilmente pueden evitar el sopor religioso que no sólo los invalida como hombres o mujeres de fe, sino que los socava en su misma dinámica existencial.
Embadurnados de palabras, rezos, cantos, ritos y lecturas religiosas, pierden la perspectiva fundamental: el constante retorno a Jesucristo y el reavivar permanente de esa fe difícil que consiste en ahondar cada día en uno mismo, en purificar actitudes, en desechar la hojarasca hasta llegar al meollo de la fe: un corazón libre y sincero.
De ahí la insistencia de los evangelios y de las cartas de Pablo en la necesidad de liberarnos en nombre de Cristo tanto de la Ley como del culto, como asimismo de las tradiciones y normas inveteradas para no caer nuevamente bajo un yugo intolerable.
No hace falta demasiada imaginación para darnos cuenta de que esos nueve leprosos reflejan muy bien el estilo religioso de nuestros países llamados cristianos y de muchas de nuestras instituciones calificadas de religiosas o apostólicas. Es tal el poder inflacionario de lo religioso, que llega un momento en que nada mueve la atención, nada es vivido en profundidad, nada tiene valor ni impulsa a una praxis de renovación.
Tenemos inmensas catedrales y multitud de templos, infinidad de instituciones religiosas de todo tipo, documentos y libros religiosos de todo estilo y tamaño; se multiplican los actos de culto, las devociones, los congresos, concilios y sínodos; se hacen ediciones a millones de Biblias y libros religiosos... y, como sucedió con aquellos nueve, todo se recibe con santa indiferencia, como una lluvia que resbala mansamente sobre nuestros paraguas bien abiertos. Es una religión perfectamente cosificada y codificada: todo se hace según horarios y tradiciones estipuladas; todo viene pensado y dirigido desde arriba y se ejecuta mecánicamente, como si el solo hecho de hacer cosas piadosas fuese suficiente para crecer y madurar en la fe; como si no quedara lugar para el esfuerzo personal, para la iniciativa, para la revisión o la crítica.
Basta observar lo que ha sucedido con los documentos pontificios sobre cuestiones sociales: en gran medida han sido documentos for export, cuando dentro de la misma Iglesia se infringen las más elementales leyes sociales y se mantienen férreamente la distinción y categorías de personas y clases sociales.
Hemos llegado a un punto de impermeabilización religiosa precisamente los que nos decimos cristianos y personas religiosas... Por eso, el evangelio de hoy es una severa y alarmante llamada de atención: cuidado con esa gracia de Dios que pasa como la lluvia torrencial que muere a los pocos segundos en las cunetas o grietas de la tierra.
O como decíamos el domingo pasado: basta un poquito de fe auténtica -como la de ese leproso samaritano- para que las cosas cambien. Poca y sentida; poca y sincera."
Esperamos que haya resultado interesante.