Imagen de la Virgen de Guadalupe
Entre las numerosas imágenes religiosas de la Virgen María que honramos en los altares de las iglesias sudamericanas, la imagen de la Virgen de Guadalupe de México, es quizá una de las más populares. Por este motivo, en Artículos Religiosos Brabander, vamos a dedicarle la entrada de hoy.
Se calcula que más de veinte millones de personas, teniendo en cuenta a mexicanos y no mexicanos, visitan cada año la Basílica de Santa María de Guadalupe, conocida oficialmente como Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe.
Del total de peregrinos que viajan a México D. F. para adorar a la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, se calcula que casi la mitad de visitantes llegan el día 12 de Diciembre, día de la Virgen de Guadalupe. Día de gran importancia que celebramos cada año en la misma semana que la Inmaculada Concepción de María.
Esta impresionante devoción de pueblo mexicano y de los visitantes extranjeros tiene su origen hace más de cuatro siglos. La Sagrada Imagen de la Santísima Virgen de Guadalupe se le aparece al indio San Juan Diego en el 1531, año en el que empieza la historia de amor entre el pueblo mexicano y la imagen de la Virgen de Guadalupe.
La mayor parte de lo que sabemos sobre las apariciones de la Virgen de Guadalupe a San Juan Diego se lo debemos a Don Antonio Valeriano, autor del documento conocido como Nican Mopohua.
Nican Mopohua, relato de la aparición de la imagen de la Virgen de Guadalupe
Nican Mopohua fue escrito el indio noble D. Antonio Valeriano nacido en el año 1520. D. Antonio un hombre rico que asimiló las letras y creencias occidentales gracias a la docencia de frailes que se asentaron en aquella región de México. Tuvo un especial papel en su formación académica Fray Bernardino de Sahagún, fraile franciscano conocido por sus contemporáneos como hombre sabio y riguroso.
D. Antonio Valeriano, además conocer y trabajar en castellano y latín, también tenía un profundo conocimiento de náhuatl, su lengua materna y la lengua franca de la mayor parte de los habitantes del centro de México y de la región conocida como Mesoamérica.
El Nican Mopohua originalmente fue escrito en náhuatl. Recibe su nombre de las dos palabras con las que inicia el relato “Nican Mopohua”. Esta expresión, en lengua náhuatl, significa “Aquí se narra” o “Aquí se cuenta”. Esta construcción fue ampliamente empleada en numerosos relatos de la época.
El famoso relato comienza del modo siguiente:
(Náhuatl): “Nikan mopoua, motekpana, in kenin yankuikan ueytlamauisoltika monexiti in senkiska ichpochtli Sankta Maria Dios Inantsin tosiuapilatokatsin, in onkan Tepeyakak, moteneua Guadalupe”.
Castellano: “Aquí se narra se ordena, cómo hace poco, milagrosamente se apareció la perfecta virgen santa maría madre de dios, nuestra reina, allá en el Tepeyac, de renombre Guadalupe”.
Se cree que el texto de Nican Mopohua fue escrito durante los últimos años de la vida de San Juan Diego, ya que según su autor, fue el propio Santo el que le relató los hechos.
El célebre relato de Nican Mopohua de las apariciones de la Virgen de Guadalupe al indio San Juan Diego fue impreso por primera vez formando parte de un libro mayor. El libro fue publicado padre Luis Lasso de la Vega en el año 1649. El libro fue conocido como Huei tlamahuiçoltica pero su nombre completo es: “Huei Tlamahuiçoltica omonexiti in ilhvicac tlatoca çihuapilli Santa María, totlaçonantzin Guadalupe in nican hvei altepenahvac Mexico itocoyocan Tepeyacac” que en castellano significa ”Se apareció maravillosamente la Reina del Cielo santa María, nuestra amada Madre de Guadalupe aquí cerca de la ciudad de México en el lugar nombrado Tepeyácac”.
El libro de Huei tlamahuiçoltica está dividido en varias partes: en primer lugar un prólogo, en segundo lugar el relato de Nican Mopohua (donde se relata las apariciones de la Virgen de Guadalupe), en tercer lugar una relación de los milagros que Nuestra Señora de Guadalupe había concedido a sus fieles, y finalmente un capítulo dedicado a unas conclusiones y a una oración dedicada a la Virgen de Guadalupe.
El relato del Nican Mopohua es la fuente principal por la que conocemos de primera mano las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe al indio San Juan Diego entre el 9 y el 12 de diciembre de año 1531.
Imagen de la Virgen de Guadalupe, Nuestra Señora elige al indio San Juan Diego Cuauhtlatoatzin.
La Virgen María ha elegido a lo largo de la historia distintos videntes que pudieron contemplar su imagen. Según sabemos la primera aparición de la Virgen María, conocida como la imagen de la Virgen del Pilar, tuvo como testigo a Santiago Apóstol; otra aparición, como la aparición de la Virgen del Carmen, tuvo como testigo a San Simón Stock; etc...
En México, la Virgen María eligió al indio San Juan Diego para aparecérsele. Además solicitó su ayuda para que le hiciesen un templo en su honor en el lugar conocido como Tepeyác.
San Juan Diego nació en 1474 en el "calpulli" (clan azteca) de Tlayacac en Cuauhtitlán. Esta región se situaba a aproximadamente a 20 kilómetros al norte de Tenochnitlán, México. San Juan Diego nació en el seno de un familia muy humilde, sin apenas recursos. Según sabemos formaba parte de los macehualtin. La clase más humilde dentro de la jerarquía del Imperio Azteca, únicamente por encima de los esclavos.
Cuando nació, sus padres le dieron el nombre de Cuauhtlatoatzin, que significa "águila que habla" o "él que habla como águila". Hoy en día seguimos conociédole como Juan Diego Cuauhtlatoatzin o Juan Diego de Cuauhtlatoatzin.
Dedicó su juventud a trabajar el campo y ganarse la vida de manera honrada. Según los testimonios que nos llegaron de sus contemporáneos era un hombre recto y humilde. Según se cree fue criado por su tío Juan Diego Bernardino en la localidad de Tulpetlac, ubicada a unos 14 km de Tenochtitlán.
Según su edad fue avanzando comenzó a interesarse por las enseñanzas de los frailes franciscanos que evangelizaban en aquellas tierras. Comenzó a despertarse en él un profundo sentimiento religioso que llevará a recibir el Sagrado Bautismo a la edad de casi 50 años. Antes de dar este paso definitivo en su unión con Dios y con la Virgen María, a la que amaba profundamente, el indio San Juan Diego había conocido a otra india de humilde origen que compartía sus devoción religiosa. Ambos estuvieron de acuerdo en recibir el Bautismo juntos y decidieron ponerse el nombre de Juan Diego y de María Lucía.
Ambos eran profundamente religiosos y gustaban de asistir a misa. En uno de estas celebraciones eucarísticas un fraile exaltó las virtudes de la castidad, cualidad que era muy valorado por la Virgen María. La pareja decidió de mutuo acuerdo decidió vivir el resto de sus vidas en castidad.
La vida de Juan Diego y María Lucía prosiguió con los sus humildes quehaceres diarios casi todos ellos vinculados con la vida en el campo. Era una vida modesta pero llena de la alegría que proporciona el acercamiento a Dios y a la Santa Virgen María. Tenemos testimonio de sus vidas profundamente religiosas gracias a los estudios que la Iglesia hizo años después. Estos estudios estaban destinados a conocer sus vidas y la validez de su testimonio sobre las apariciones de la Virgen María. Los resultados de estos estudios, avalados por testimonios de contemporáneos (indígenas mexicanos y españoles) de San Juan Diego, vieron la luz en el año 1666 bajo el nombre de Informaciones Guadalupanas.
En el año 1529 fallece María Lucía. Sentimientos encontrados invaden a Juan Diego. Su compañera en la vida iba a reunirse con Dios en el Reino de los Cielos, eso le producía una gran alegría, pero, al mismo tiempo, sentía pesar por quedarse sin su compañera.
A pesar de que en un primer momento duda que hacer con su vida, su fe le ayuda a tomar una decisión, irá a vivir de nuevo con su tío Juan Bernardino en Tolpetlac, a sólo 14 kilómetros de la Iglesia de Tlatilolco, Tenochtitlán. Juan Diego caminaba frecuentemente desde su casa a la Iglesia de Tlatilolco para oír la palabra del Señor.
Fue en uno de estos viajes, en el año 1531, cuando en un pequeño cerro conocido como Tepeyac se le apareció la imagen de la Virgen de Guadalupe por primera vez.
Después de las apariciones de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, el Santo Juan Diego se decidió a abandonar todo lo que tenía y se trasladó cerca de la capilla que se construyó en honor a la Virgen de Guadalupe. Juan Diego llevo una vida de servicio a Nuestra Señora de Guadalupe en una modesta edificación al lado de la capilla. Su día a día se dividía entre las labores de conservación de la capilla de la Virgen de Guadalupe, la ayuda a peregrinos y necesitados que acudían a la capilla.
Juan Diego murió en el año 1548, cuatro años después de su querido tío. Su profundo amor a la imagen de la Virgen María, su inagotable capacidad de ayuda a los necesitados y el cariño que despertaba entre toda la gente que llegó a conocer provocaron que muriese con una sólida fama de santidad.
La fama de santidad de Juan Diego no se apagó que el transcurrir de los siglos, fue en aumento. Cada año que pasaba más y más gente pedía la subida del humilde indio a los altares.
15 de junio de 1981, la Conferencia Episcopal Mexicana, sabiendo de los deseos del pueblo mexicano, pide formalmente la canonización de Juan Diego. Los miembros de la Iglesia Mexicana conocen lo largo del proceso, pero el fervor popular les alienta a llevar al indio Juan Diego al lugar que le corresponde.
El 9 de abril de 1990, el Santo Padre Juan Pablo II, por medio del Decreto de Beatificación, declara Beato al indio Juan Diego, el vidente de la imagen de la Virgen de Guadalupe. La primera parte del proceso había había finalizado. El 6 de mayo del año 1991, el mismo Juan Pablo II, preside en la Basílica de Guadalupe la celebración en honor del Beato Juan Diego.
El 26 de febrero del 2002, tras un largo proceso llevado a cabo de manera rigurosa y la intervención milagrosa de Juan Diego para salvar la vida de un joven mexicano, Juan Pablo II proclamó que canonizaría al Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin el 31 de julio. El lugar elegido para la Canonización, como no podía ser de otro modo, sería la Insigne y Nacional Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, y estaría presidida por el propio Juan Pablo II.
La imagen de la Virgen de Guadalupe se aparece en México
Primera aparición de la imagen de la Virgen de Guadalupe en México.
El sábado 9 de diciembre de 1531, Juan Diego se levantó temprano como cada sábado para caminar hacia la Iglesia de Tlatilolco, en Tenochtitlán (la actual ciudad de México). Hacía este recorrido habitualmente para ir a la Santa Misa y al catecismo que en aquella ciudad impartían los monjes franciscanos.
En su camino hacia la ciudad siempre pasaba a los pies de un cerro, llamado Tepeyac. En aquella madrugada no escucho los sonidos usuales que tantas otras veces había escuchado. Aquel día, en el pico del cerro, sonaba música celestial entonada por los pájaros cantores. El humilde indio se quedó anonadado, no podía creer que algo tan bello pudiese existir en este mundo.
Mientras Juan Diego pensaba sobre su dicha, el precioso sonido se detuvo, y fue sustituido por una voz de mujer más bella que el propio canto. La voz le dijo: “Juanito, Juan Dieguito”.
Juan Diego sabiendo que se referían a él decidió subir al cerro. Caminaba contento, la voz de la mujer le había llenado de alegría el corazón. Cuando llego a la cima se encontró a una mujer de belleza sobrehumana, se encontró a la imagen de la Virgen María. Juan Diego supo rápidamente que se encontraba ante la presencia de nuestra Santa Madre.
La Virgen María le pidió que cuando llegase a Tenochtitlán visitase a Don Fray Juan de Zumárraga, Obispo de la diócesis de México. Cuando le háyase le dijese que era deseo de la Virgen María que edificasen un templo a los pies del cerro de Tepeyac.
Juan Diego partió hacía la residencia del Obispo en Tenochtitlán. Cuando estuvo en su presencia le contó todo lo que había vivido, como la imagen de la Virgen se le había aparecido, y lo que le había pedido. Don Fray Juan de Zumárraga le escuchó atentamente, pero le contestó que debía meditar sus palabras.
Juan Diego salió de la residencia del Obispo con muy poco ánimo. En su interior tenía la sensación de que el Obispo no había creído su relato y no iba a satisfacer la petición de la Virgen María.
Segunda aparición de la imagen de la Virgen de Guadalupe en México.
La tarde del sábado 9 de diciembre de 1531, San Juan Diego volvía de la visita al Obispo de México en su residencia en Tenochtitlán. Su alma iba llena de tristeza, se había quedado con la sensación de que Don Fray Juan de Zumárraga no había creído su historia.
Juan Diego profesaba un gran amor por la Virgen María, y no poder cumplir el mandato que la había dado le apenaba profundamente. Sentía que había fracasado, que no había conseguido satisfacer la petición de la Santa María.
El indio le explicó a la Virgen de Guadalupe lo que había pasado. Le relató lo hechos y la sensación que le había quedado al salir de la reunión con el Obispo de México. A continuación, Juan Diego le dijo a la Virgen María que, quizá, era mejor que eligiese a otra persona que fuese más “principal”. Él había nacido dentro de los macehualtin, la clase más humilde, y no era la persona adecuada para hacerse valer delante del Obispo. No estaba acostumbrado a hablar con tales personalidades, su vida siempre había sido la de un humilde campesino, “un hombrecillo”.
La Virgen de Guadalupe le miró con ternura, le dijo que él no era hombre "principal" pero que debía ayudarle en ese momento, la Virgen así lo quería. Juan Diego lleno de nuevo de confianza por las palabras de Santa María, le prometió que iría a ver al Obispo de México y que le convencería.
San Juan Diego se fue a su casa a descansar. Estaba convencido de que al día siguiente llevaría a buen fin el encargo de la Virgen de Guadalupe.
Tercera aparición de la imagen de la Virgen de Guadalupe en México.
El domingo, 10 de diciembre de 1531, Juan Diego se levantó temprano. Estaba ansioso por llegar a Tlatilolco y entrevistarse de nuevo con el Obispo de México. Nuestra Señora de Guadalupe había confiado en él, y el indio, aunque de condición humilde, era de corazón entregado.
Todavía era de noche cuando salió de su casa. Caminó rápido, sin detenerse, su mente estaba en Tlatilolco. Quería llegar con tiempo suficiente para presenciar la Santa Misa, algo que era mucho de su gusto.
Una vez que terminó la celebración Eucarística se encaminó hacía la casa del Obispo. Sabía perfectamente lo que iba a decir. La imagen de la Virgen de Guadalupe estaba nítida en su mente.
Cuando estuvo en presencia del Obispo de México, después de saludarle como era menester, comenzó a explicarle los hechos que se habían producido el día anterior. Don Fray Juan de Zumárraga seguía sin creer las palabras del indio. Y buscó la manera de encontrar algún fallo en la historia que Juan Diego le estaba contado. El Obispo le preguntó por la figura de Nuestra Señora de Guadalupe, por el momento de la aparición, por el lugar,… y por muchas otras cosas. A todo ello contestó Juan Diego con la confianza que habla el que posee la verdad.
A pesar de todo, el Obispo de México seguía sin creer Juan Diego. Don Fray Juan de Zumárraga le pidió al indio que le trajese una señal que mostrase que la Virgen de Guadalupe se aparecía en el cerro de Tepeyac. Juan Diego le respondió al Obispo de México: “Señor, mira cuál ha de ser la señal que pides; que luego iré a pedírsela a la Señora del Cielo que me envía aquí.”
Sin decir nada más Juan Diego se despidió y partió en busca de la Virgen de Guadalupe. El Obispo pensando que la historia del indio era producto de su imaginación, pidió a algunos de sus sirvientes de confianza que le siguiesen. Don Fray Juan quería conocer lo que el humilde indio hacía.
Juan Diego recorrió de nuevo el camino de vuelta a su casa. Esta ruta que tantas veces había transitado de nuevo le llevaría por el cerro de Tepeyac, lugar en el que Nuestra Señora de Guadalupe se le había aparecido ya en dos ocasiones. Los sirvientes del Obispo de México le siguieron prudentemente, no querían que el indio les descubriese y pudiese cambiar sus planes. Llegando al cerro de Tepeyac, los sirvientes perdieron de vista a Juan Diego. Lo buscaron incansablemente pero no pudieron encontrarlo. Los sirvientes tomaron esta desaparición como señal inequívoca de que Juan Diego era un farsante. La historia de las apariciones de la imagen de la Virgen de Guadalupe tenían que ser una invención. Convencidos de sus argumentos, los sirvientes le expusieron al Obispo la conclusión a la que habían llegado. Además, recomendaron a Don Fray Juan que le diese un castigo ejemplarizante a Juan Diego por tratar de engañarles.
Mientras el Obispo de México se reunía con sus sirvientes, la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe se le aparecía de nuevo a Juan Diego. La Virgen de Guadalupe le preguntó al indio por la reacción del Obispo. Juan Diego, de manera triste, le explicó a Santa María que el Obispo de México le había pedido una señal que demostrase que lo que el indio decía era la voluntad de Nuestra Señora de Guadalupe.
La Virgen María vio muy afligido a Juan Diego, y para consolarle le dijo que no se preocupase. Que al día siguiente fuese a verla de nuevo. Nuestra Señora de Guadalupe le pidió a Juan Diego que le volviese a ver al día siguiente. Ella le daría una señal que despejaría cualquier duda que pudiese tener el Obispo de México o cualquier otra persona.
Juan Diego continuó su camino hacía su casa con el corazón lleno de alegría. Las palabras de Nuestra Señora de Guadalupe le habían tranquilizado. Caminando ligero como solía hacer llegó pronto a su casa en Tolpetlac. Una pequeña casa de campo que había compartido con su tío, Juan Bernardino, desde la muerte de su esposa.
Cuando entró en su hogar su alegría se disipó. Vio a su tío tumbado en la cama gravemente enfermo. Juan Diego, profundamente preocupado, salió en busca del médico de Tolpetlac.
El médico estuvo toda la noche del domingo y buena parte del lunes intentando tratar de su enfermedad a Juan Bernardino. Después de mucho esfuerzo el médico se dio cuenta que el enfermo no tenía solución. Juan Bernandino estaba en estado crítico. Ya de madrugada, Juan Bernardino llamó a Juan Diego y le pidió que fuese a Tlatilolco en busca de un sacerdote. Era deseo del tío confesarse por última vez.
Era de madrugada y la oscuridad de la noche cubría el camino. Juan Diego salió de su casa desolado. Su tío estaba en estado crítico y no había acudido a ver a la Virgen de Guadalupe, como había quedado el día anterior. Había estado todo el día al lado de su tío, y no había podido ir al encuentro de Nuestra Señora de Guadalupe.
El indio decidió ir por una ruta alternativa al cerro de Tepeyac. A pesar de haber estado al lado a su tío Juan Bernandino, sabiendo que era lo que tenía que hacer, la imagen que se formaba en su cabeza de la Virgen de Guadalupe le hacía sentirse triste. Había dado su palabra a la Guadalupana y no la había cumplido. Con el cambio de ruta, Juan Diego, esperaba no encontrarse con la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe.
Cuarta aparición de la imagen de la Virgen de Guadalupe en México.
Caminaba en la oscuridad de la noche el indio Juan Diego. Caminaba rápidamente. Su único deseo era encontrar un sacerdote rápidamente. Sabía que llevar un sacerdote a su casa era el único modo de aliviar el corazón de Juan Bernandino.
Con sus rodillas en el suelo, Juan Diego comenzó a explicarle a la Guadalupana el motivo por el cual no la había ido a ver el día anterior y ahora caminaba con tanta prisa. El indio le dijo a la Virgen María que su tío estaba muy enfermo y necesitaba un sacerdote para que le fuese a confesar. Juan Diego también le prometió que en cuanto acabase de cumplir el cometido, regresaría sin demora para poder cumplir la voluntad de la Virgen.
La Virgen de Guadalupe escuchó pacientemente las explicaciones de Juan Diego. Cuando este hubo terminado de hablar, Nuestra Señora le dijo que no tenía de que preocuparse ya que su tío no iba a necesitar la asistencia de ningún sacerdote. La Virgen de Guadalupe le dijo que se quedase tranquilo que su tío Juan Bernandino estaba curado, que la enfermedad ya se había ido. Las palabras de Santa María tranquilizaron a Juan Diego definitivamente.
Después de hablarle de la curación de su tío, Nuestra Señora de Guadalupe le dijo a Juan Diego que debía subir a lo alto del cerro de Tepeyac. En la cumbre encontraría la señal que debía de llevar al Obispo de México. Con esa prueba Don Fray Juan de Zumárraga no dudaría de la palabra del indio.
San Juan Diego subió rápidamente al cerro de Tepeyac. En la cumbre se encontró una escena que le asombró, todo el lugar estaba repleto de flores, preciosas rosas. Además de la increíble belleza que le rodeaba, Juan Diego sabía que aquello era voluntad de Nuestra Señora de Guadalupe, las flores que le rodeaban nunca habían florecido en aquella época del año. Nunca Juan Diego había visto rosas en Diciembre.
Siguiendo las indicaciones de Nuestra Señora de Guadalupe, Juan Diego recogió un gran número de rosas y empleó su tilma, que usaba en invierno para protegerse del frío, para guardarlas. El indio sabía que con su tilma llena de flores el Obispo de México le creería sin ningún atisbo de duda. Una vez llenó su tilma de preciosas flores, Juan Diego emprendió el camino hacia Tlatilolco. Estaba ansioso de llegar a la casa del Obispo y cumplir con la voluntad de la Virgen de Guadalupe.
Llegó Juan Diego a la casa de Don Fray Juan de Zumárraga. En la puerta se encontró a algunos de los sirvientes del Obispo de México. El indio fue reconocido y los sirvientes no le dejaron entrar. Juan Diego esperó pacientemente, no tenía ninguna intención de irse sin hablar con el Obispo de México. Tras mucho tiempo esperando, los siervos fueron a hablar con Don Fray Juan y le dijeron que el indio había vuelto y que parecía que traía algo en su tilma.
El Obispo de México rápidamente se dio cuenta de que el indio había regresado para mostrarle la señal de la Virgen de Guadalupe. Sin perder tiempo, Don Fray Juan salió al encuentro de Juan Diego.
Cuando el indio vio al Obispo, se arrodilló y le dijo que traía una señal para que cumplise la voluntad de Nuestra Señora de Guadalupe y edificase un templo en el cerro de Tepeyac. Juan Diego le explicó que su tilma estaba llena rosas que sólo se podían ver en otras épocas del año, nunca en Diciembre. La Virgen de Guadalupe le había pedido que las recogiese y que las mostrase al Obispo y a todo aquel que quisiese verlas. De este modo todo el mundo sabría que el indio Juan Diego era portador de la palabra de la Virgen María.
Cuando el indio desplegó su tilma las flores empezaron a caer. Su extraordinaria belleza asombró al Obispo de México y a todos los presentes. Dentro de las maravillas que se vivieron aquel día hubo otra que superó hermosura a las flores, todos los que allí estaban pudieron contemplar como en la tilma del indio había impresa una imagen de la Virgen de Guadalupe.
La imagen de Nuestra Señora de Guadalupe que todos pudieron admirar es la misma que actualmente podemos ver en la Basílica de la Virgen María de Guadalupe. Una figura de aproximadamente metro y medio de altura. Con una preciosa cara morena de dulce mirada. Las manos en posición de rezo y toda rodeada de rayos y destellos que forman un aura dorada. Los pies de la figura están decorados con un querubin y con una media luna.
El Obispo y sus siervos sabiendo que estaban ante la presencia de un hecho milagroso se arrodillaron. Las flores y la tilma con la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe eran pruebas definitivas de que Juan Diego era en verdad mensajero de la Virgen María.
El indio pasó todo el día y toda la noche en casa del Obispo de México. Al día siguiente, una pequeña comitiva encabezada por el Obispo acompañó a Juan Diego hasta el cerro de Tepeyac para conocer el lugar donde Nuestra Señora de Guadalupe deseaba que levantasen su tempo. Una vez hecho esto, el indio le pidió al Obispo que le permitiese ir a su casa, deseaba saber de su tío Juan Bernardino.
Don Fray Juan le dio permiso para al indio para ausentarse, pero le pidió que fuese acompañado por uno de sus siervos para hacer más ameno el camino. El indio accedió y ambos partieron dirección Tolpetlac.
Cuando llegaron a casa, se encontraron que Juan Bernardino lleno de vitalidad y alegría. Su salud se había recuperado, todos los dolores que le acechaban habían desaparecido. Juan Bernardino les contó que había sido la Virgen la responsable de su salvación. Santa María se le había aparecido y le había sanado milagrosamente. También le había pedido que desde aquel día a la imagen de la tilma la llamasen Virgen Santa María de Guadalupe.